19 de enero de 2018

El Crepúsculo de los Idolos de Friedrich Nietzsche (apuntes 3)

Queremos que haya una razón para que nos encontremos en este o en aquel estado, para que nos sintamos bien o mal. No nos basta con experimentar sencillamente el hecho de sentirnos de esta o de la otra manera. No aceptamos ese hecho. No adquirimos conciencia de él hasta que le damos alguna motivación.
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Reducir una cosa desconocida a otra conocida alivia, tranquiliza y satisface el espíritu, y nos da, además, un sentimiento de poder.
Lo desconocido lleva consigo el peligro, la inquietud, el ciudado; el primero de nuestros instintos tiende a suprimir esta situación penosa. Primer principio: una explicación cualquiera es preferible a la falta de explicación. Como, en realidad, no se trata más que de librarse de representaciones angustiosas, no se para uno a examinar despacio los medios conducentes a lograrlo.
La primera representación, por virtud de la cual lo desconocido se declara conocido, nos hace tanto bien que se la tiene por verdadera. El instinto de causa depende, pues, del sentimiento del miedo, al que debe su origen.
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Somos necesarios. Somos un pedazo del destino. Formamos parte del todo, estamos en el todo; no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar y condenar nuestra existencia, pues esto equivaldría a juzgar, medir, comparar y condenar el todo. Y no hay nada fuera del todo!
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