Verse obligado a luchar con los instintos es la fórmula de la decadencia, mientras que, en la vida ascendente, felicidad e instinto son idénticos.
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Nos vengamos de la vida con la fantasmagoría de una vida distinta, de una vida mejor.
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La iglesia primitiva luchaba, como es sabido, contra los intelectuales en beneficio de los pobres de espíritu. ¿Cómo había de esperarse de ella una guerra inteligente contra las pasiones?
La iglesia combate las pasiones por el método de extirpación radical; su sistema, su tratamiento, es la castración. No se pregunta jamás: ¿Cómo se espiritualiza, embellece y diviniza un deseo?. En todas las épocas ha puesto el peso de la disciplina al servicio del exterminio (de la sensualidad, del orgullo, del deseo de dominar, de poseer y de vengarse). Mas atacar la pasión de raíz es atacar la raíz de la vida; el procedimiento de la iglesia es nocivo para la vida.
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Conviene ser rico en oposiciones, pues sólo así se es fecundo; para conservarse joven es preciso que el alma no descanse, que el alma no pida la paz.
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El santo que agrada a dios es el castrado ideal. La vida termina allí donde comienza el reino de dios.
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