Hago el check in. Elijo el asiento A12. Fila de dos, del lado de la ventanilla.
Pre-embarque. Subo al avión. Empiezo a calcularle la fila. Sí es la que creo, un vivo ocupó mi lugar. Llego y confirmo. Lo miro fijo, buscando contacto visual. No me mira. Ya se sacó los zapatos y, distraído, marca un número en el celular para dilatar la cosa y evitar mi reclamo. Habla, o finge, con su mujer. Estoy a un pelo de pudrirla, pero lo pienso.
Pre-embarque. Subo al avión. Empiezo a calcularle la fila. Sí es la que creo, un vivo ocupó mi lugar. Llego y confirmo. Lo miro fijo, buscando contacto visual. No me mira. Ya se sacó los zapatos y, distraído, marca un número en el celular para dilatar la cosa y evitar mi reclamo. Habla, o finge, con su mujer. Estoy a un pelo de pudrirla, pero lo pienso.
Cedo. Me siento del lado del pasillo. Lo escucho conversar con su mujer. Que el carpintero no fué. Que son todos vagos. Que después se queden sin laburo y vienen al al pie. Voy juntando bronca. Es un “caca” total. De los que tienen grabada esa mueca de estar oliendo mierda todo el tiempo. Corta. Viendo que ya dí por perdido el asiento, se relaja y se pone a leer una revista, ocupando con sus codos, a sus anchas, ambos apoya brazos.
Empieza la batalla...
Saco mi libro y me arremango la camisa. Por un momento dejo que mi codo roce su brazo intermitente. Son casi caricias. El se incómoda. Pero está en falta, y no se anima a decirme nada.
Dejo pasar un tiempo prudencial y vuelvo a rozarlo. Siempre con la vista clavada en mi libro y una cara de boludo para nominar al Oscar. El “caca” se molesta y abandona el apoya brazos. Gané la primera batalla.
Sirven la cena. Se pone a masticar un sandwich. Me clavo un dedo en la nariz y escarbo, profundo. Saco el dedo y lo miro con detenimiento. Agarro mi sandwich. Muerdo y mastico haciendo ruido con la boca abierta. Tomo un sorbo de gaseosa y escupo los hielos de nuevo en el vaso. El “caca” deja su comida. Me mira incómodo.
Saca de su bolso un antifaz de dormir con la palabra SHHHHH estampada en el frente. (Confirmado: estoy ante un pelotudo importante). Se pone el antifaz y se reclina en el asiento. Espero un tiempo prudente y soplo suavemente sobre su nariz. Se inquieta. Espero y repito el soplido, suavemente, con mi aliento cosquilleando sus fosas nasales. Manotea el antifaz. Me mira. Pero estoy dormido, con la boca entreabierta cual Homero, y casi que babeo. Duda. Se pone de nuevo el antifaz. Dejo pasar unos minutos y enfoco el pirulo de ventilación contra su cara. Lo abro y dejo salir el chorro de aire frío. Se refriega la nariz y levanta el antifaz refunfuñando. Cierra el pirulo y se queda mirando fijo el asiento de enfrente, frustrado, porque anuncian que comenzamos a descender sobre Buenos Aires.
Elegí especialmente ventanilla para ver la ciudad de noche mientras descendemos. Así que no me pienso perder el espectáculo. Me inclino de costado por sobre mi victima y cruzo mi cabeza por delante de su cara para ganar la visual de la ventana. Se hecha un poco para atrás, tuerzo mi cabeza y lo miro, nuestras narices están a 10 centímetros de distancia. Sonrío y le suelto entusiasmado –das cidaden üng leverbrusen, jah?- que en un idioma que acabo de inventar significa: -te la estoy poniendo de parado, no?- y apunto hacia las luces de la ciudad que se ven desde la ventana. El “caca” ensaya una sonrisa nerviosa para complacerme y esquiva mi mirada. Hago visera con mis manos y me pego al vidrio, estoy casi encima de él. Así hasta que la azafata me indica que vuelva a apoyar la espalda en mi asiento y ajuste mi cinturón, para aterrizar.
Ya en la pista, una vez que el avión se detiene y lo alcanza la manga. Me paro para tomar mi bolso del portaequipajes y le corto el paso al pasillo. Dejo pasar a todos los pasajeros del avión. Haciendo señas amables y ganándome varios agradecimientos. Me pide permiso dos veces, pero hablo otro idioma, y no entiendo lo que me dice.
Bajamos últimos, pero a mi me tiene sin cuidado, sólo viajé con la mochila que llevo conmigo y no tengo que retirar equipaje. El sí.
Cuando estoy saliendo, para tomarme un taxi, lo veo esperando junto a la cinta transportadora. Hago gestos para saludarlo. Me mira. Le grito en perfecto porteño -Nos vemos maestro!-
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